lunes, 18 de octubre de 2010

Aquellos gastados Choclos

Si los zapatos de Carlitos pudieran hablar, ¡qué historias contarían! Si, esos viejos choclos de agujetas que hoy se encuentran solos, abandonados en un obscuro y profundo rincón del clóset.
Tienen las suelas gastadas, producto de todos esos recreos y salidas al parque en donde lo único a lo que se jugaba era al futbol y, en ocasiones, a las atrapadas. Las agujetas ya han perdido su color original, debido a tantas veces que mamá ha tenido que lavarlas: ya sea porque vienen de haber jugado en el lodo, o simplemente por estar manchadas de salsa valentina. Y ni qué decir de la punta; tienen abolladuras y aberturas a los lados resultado, de nuevo, del futbol y de tanto correr.
Sin embargo, pese a llevar aquella vida desenfrenada y sin descanso, fue doloroso el día que los zapatos y Carlitos se dieron cuenta de que sus pies comenzaban a sentirse apretados. Mamá le explicó: “Los pies de los niños cada día crecen más y más, es por eso que cuando el calzado aprieta debe tirarse”. Los zapatos sintieron lo dicho por mamá hasta la última parte de la gastada suela. Carlitos miró al piso. “¿Significa que ya no sirven más?” preguntó. “Así es, su vida ha terminado. Pero no te preocupes que mañana tendrás otros nuevos”, fueron las últimas palabras de mamá.
Al despertar del día siguiente, Carlitos encontró unos relucientes zapatos de charol al pie de su cama. Al verse reflejado en ellos, su cara se iluminó al instante y sin pensarlo, tomó a los viejos zapatos dispuesto a tirarlos. Pero al pararse frente al bote de basura se detuvo. Echó un vistazo a aquellos gastados choclos y recordó de golpe todo lo que habían pasado juntos: las idas al parque, los juegos de futbol, las enlodadas seguidas por las riñas de mamá al ensuciar la casa con aquellos zapatos mugrosos. Dio media vuelta y al llegar a su clóset lo abrió y los acomodó en un rincón. Carlitos se puso su nuevo calzado y se fue a la escuela con la vaga idea de que quizá, en un par de zapatos podrían estar coleccionadas todas sus aventuras. Y aquellos viejos choclos, cada vez que observan que se abre el clóset y una pequeña silueta los mira fijo, algo dentro de su piel sintética se estremece.

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